La partida de alguien, trae consigo una serie de simbolismos en el imaginario de las sociedades, que puede denotar aflicción o pesar, pues es natural entender que no se estará frente a esa persona para escuchar, observar o bien admirar en las circunstancias de valor que representa, por las tantas cosas compartidas.

Es entonces, cuando volvemos la mirada hacia atrás, como un acto desesperado por aferrarnos a momentos usuales, que marcaron la vida de familiares, amigos y compañeros, al participar de las anécdotas contadas desde la concepción de vida de quienes hoy representan el patrimonio cultural de un territorio.

Por esta razón, hablar del señor Lupo Enrique Espinoza Rocha, o “Don Lupo” como fuese conocido por las personas cercanas, es hablar de las virtudes indiscutibles de un hombre trabajador, humilde y amable, quien desde niño mostró gran disposición por cumplir con los deberes que se le encomendaban, hasta llegar a ser un día uno de los mandadores de la emblemática hacienda Santa Rosa, cimiento de la majestuosa Casona de Santa Rosa.

Don Lupo, un hombre trabajador, humilde y amable. Programa de Museos Regionales y Comunitarios del Museo Nacional. Fotografía Juan Carlos Calleja R, 2011Don Lupo, un hombre trabajador, humilde y amable. Programa de Museos Regionales y Comunitarios del Museo Nacional. Fotografía Juan Carlos Calleja R, 2011

Don Lupo nació el 25 de setiembre de 1926, a escasos diez años de la introducción del “Jaragua”, pasto enemigo de la restauración del bosque seco, que sin saberlo sería el paisaje que sus ojos verían, como parte del arraigo cultural de pampas y sabanas del paisaje ganadero, heredado para Guanacaste desde tiempos coloniales.

Don Lupo fue un gran portador de saberes, oriundo de Cuajiniquil de La Cruz, de los pocos hombres natales del pacifico norte de Costa Rica que vieron y participaron de la transformación de una hacienda ganadera a área silvestre protegida, durante épocas en las que Costa Rica intentaba revertir la problemática de la deforestación, provocada por sistemas agropecuarios tradicionales.

Fue un hombre que, desde su óptica como trabajador del campo, oficio que le fue suyo por varias décadas, lo insertó en una nueva modalidad laboral que impulsaba el desuso de lo que para él fue costumbre, como el manejo del ganado y las bestias, a intentar detener el agravio al paisaje nativo con la expulsión del ganado de los llanos de Santa Rosa y la supresión de los fuegos, para iniciar la restauración del Bosque Tropical seco, que daría origen al Área de Conservación Guanacaste.

Como uno de los protagonistas del documental Se quema el cielo dirigido por Luciano Capelli (q. e. p. d.), en el 2010 relató lo siguiente:

“En el verano el mismo patrón le daba a uno los mismos fósforos para que en las pasadas donde había llanos de pastos, este, pegara fuego, porque eso le servía al ganado, porque ya en marzo y abril está retoñado y entonces el ganado tenía algo que comer, verdad, tenía retoñitos tiernos, vez, porque, así como está ese pasto ahí (jaragua alto), el ganado no se lo come, él busca siempre el retoño…”

Estas palabras, denotaban un gran conocimiento como sabanero, que a su vez le permitía identificar cada rincón de aquellas llanuras, pues tuvo entre sus tareas el resguardo del patrimonio de los hacendados para los que laboró antes de la creación del parque.

“Todo eso pertenece ahora al Parque Santa Rosa, verdad, que porque según los títulos de Santa Rosa, Santa Rosa tiene derecho hasta donde alza al nado un caballo en marea baja, hasta ahí decían los títulos, verdad, yo no sé ahora, porque como todo ha cambiado, ahora hasta para irse a bañar uno, hay que pedir permiso…”

Su hijo Roberto Espinoza Obando, que hoy trabaja como parataxónomo en el área de Conservación Guanacaste, recuerda que Álvaro Ugalde, cofundador con Mario Boza del Servicio de Parques Nacionales conoció a don Lupo en la Hacienda Santa Rosa cuando se iba a expropiar. 

“En aquel tiempo, mientras esto se daba, él se fue a la guardia rural, pero en 1971 don Álvaro Ugalde lo fue a buscar para que se encargará ahora como guardaparque y enseñará a los nuevos cuidadores, los sitios de la hacienda.” 

Don Lupo dejó evidencia documental en entrevistas que se le practicaron a propósito del aprendizaje histórico y cultural sobre la hacienda ganadera, en las que cautivó con su mística a sus interlocutores, que atesoran con especial cariño lo ameno de sus conversaciones.

 

Fotografía Juan Carlos Calleja R  2011
Visita al poso artesiano de la antigua Hacienda Santa Rosa. Programa de Museos Regionales y Comunitarios del Museo Nacional.
Fotografía Juan Carlos Calleja R 2011
Fotografía Juan Carlos Calleja R  2011
Escuchando las historias de Don Lupe en una visita a la Casona de Santa Rosa. Programa de Museos Regionales y Comunitarios del Museo Nacional
Fotografía Juan Carlos Calleja R 2011
Fotografía Juan Carlos Calleja R  2011
Don Lupo compartiendo sus anecdotas a la de edad de 86 años. Programa de Museos Regionales y Comunitarios del Museo Nacional.
Fotografía Juan Carlos Calleja R 2011
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Hoy le sobreviven su esposa y 6 hijos, más uno que partió a los regazos del señor en el 2020. Vivió 96 años y será recordado como Don Lupo, el mandador de hacienda que aportó su oficio a la conservación de los ecosistemas del Pacifico Norte de Costa Rica en la década de los 70´s.

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